miércoles, 17 de octubre de 2007

Pakistán: la bomba de tiempo del siglo XXI

Por Agustín C. Dragonetti
17 de Octubre de 2007


Pakistán representa un serio riesgo para la seguridad occidental en el corto/mediano plazo. Único país islámico con armas nucleares, posee regiones en donde el Gobierno tiene poco acceso y los líderes tribales mantienen fuertes vínculos con los talibanes y Al Qaeda

En febrero de 2007, el vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, hizo una escala en Pakistán a su regreso de una gira por Japón y Australia. La visita no fue de cortesía, sino de reproche hacia el régimen del general Pervez Musharraf por su inoperancia y, en gran medida, de tolerancia hacia las facciones tribales protalibanes que operan al oeste del país, lindante con Afganistán. En el almuerzo que mantuvieron en el palacio del general Musharraf, Cheney, que estaba acompañado por el vicedirector de la CIA, Steve Kappes, previno al presidente pakistaní sobre los recortes de asistencia que recibiría de la Administración de Washington, presionada por la mayoría demócrata que ha condicionado la ayuda a que el país asiático haga “todos los esfuerzos posibles” para evitar la presencia de milicianos talibanes en su territorio. Luego de esta reunión el ex portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow, dijo que Pakistán puede hacer “mucho más” en el marco de la guerra contra el terrorismo islamista.
Dicho en otro tono, lo que la Administración Bush le está exigiendo al régimen de Islamabad es que actúe de forma más categórica contra las milicias tribales que responden a líderes vinculados con Al Qaeda en la región de Waziristán, entre otras zonas.

Waziristán y Baluchistán: los verdaderos enclaves de Al Qaeda

Dos son las principales regiones en territorio pakistaní que representan los indiscutibles bastiones del Al Qaeda original: Waziristán y Baluchistán. Waziristán comprende una región montañosa del noroeste de Pakistán lindante con Afganistán, con una superficie de 11.585 Km2. Comprende el área del oeste y suroeste de Peshawar entre los ríos Tochi, al norte, y Gomal, al sur. Waziristán se divide en dos zonas: Waziristán del Norte, con 362.087 habitantes y Waziristán del Sur, con 429.841, es decir 791.087 habitantes (según datos del censo de 1998).
La provincia de Baluchistán tiene una superficie de 347.190 Km2, con una densidad poblacional de, aproximadamente, 6,3 millones de habitantes (según el censo de 1994).
Quetta, su capital, está emplazada en la jurisdicción más densamente poblada del noreste de la provincia. Quetta está asentada en un valle cercano a la frontera con Afganistán, con una carretera hacia Kandahar en el noroeste.
Territorios vecinos son el Beluchistán Iraní al oeste, Afganistán y las Áreas Tribales Administradas Federalmente (Pakistán) al norte y Punjab y Sind al este. Al sur se halla el Mar Arábigo.
A las anteriores provincias pakistaníes cabe agregar la provincia Frontera del Noroeste, que limita con Afganistán al norte y al oeste y que tiene casi 20 millones de habitantes, según cifras recogidas en 2003.
Es en estas provincias donde se concentran los milicianos talibanes y los combatientes de Al Qaeda que huyeron de Afganistán luego de los bombardeos y la intervención militar de los Estados Unidos y Gran Bretaña, en octubre de 2001.
También es en estas zonas donde se producen, casi cotidianamente, cientos de secuestros de funcionarios y soldados enviados por Islamabad y los peores atentados que ocurren en Pakistán.
Hay que recordar que en octubre de 2001, en vísperas de los ataques de la Coalición a Afganistán, nada menos que 5.000 pakistaníes partieron desde la aldea de Temergarah para incorporarse a las fuerzas del talibán, dotados con fusiles de asalto, ametralladoras, lanzacohetes - y hasta con hachas y sables-, respondiendo así a una yihad (guerra santa) lanzada por Sufi Mohammad, un mullah que dirige una de las cerca de 10.000 madrazas (escuelas coránicas) que existen en Pakistán. Aunque desde Islamabad respondieron que se detendría a cualquiera que quisiera cruzar la frontera, también recalcaron que era imposible controlar los 2.500 Km. de frontera afgano-pakistaní.
Según información suministrada por la CIA, a lo largo de la frontera entre estos dos países se están reconstruyendo los campos de entrenamiento que otrora poseía Al Qaeda en territorio afgano, cobijados por el régimen talibán. La inteligencia estadounidense asegura que desde estas regiones la infraestructura de los terroristas está siendo reconstituida para lanzar ataques contra las fuerzas de la Coalición en Afganistán y la base de entrenamiento y adoctrinamiento para los terroristas yihadistas que planean ataques contra blancos occidentales, como el 7-J en Londres, en julio de 2005, cuyos autores, aunque británicos de nacimiento, recibieron instrucción en las madrazas del noroeste pakistaní.
El principal escollo para la lucha abierta contra estas milicias tribales protalibanas, no es su superioridad militar, sino el doble discurso de Islamabad, que ha optado por una política de apaciguamiento frente a los clanes partidarios de Al Qaeda. El presidente Musharraf pactó en reiteradas oportunidades la retirada de las fuerzas militares gubernamentales, a cambio de la entrega de decenas de soldados y funcionarios que fueron secuestrados en estas regiones, como el acuerdo alcanzado en septiembre de este año con los cabecillas tribales de Waziristán del Norte, o el compromiso del 28 de agosto pasado, donde el gobierno se comprometió a no enviar más tropas a Waziristán del Sur, ni realizar operaciones militares, a cambio de la liberación de 19 soldados retenidos por milicias leales al talibán.
Como señala Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano, de España, "Pakistán es en la actualidad el epicentro ideológico y organizativo en la reproducción del terrorismo internacional que se relaciona con la yihad neosalafista global liderada por Al Qaeda”.
Las zonas tribales, que nunca han estado bajo cabal control del gobierno de Pakistán, son teatro de sangrientos combates y atentados por parte de esbirros de los talibanes, que se incrementaron con posterioridad al ataque contra la Mezquita Roja de Islamabad, en septiembre pasado.
En estas zonas del noroeste de Pakistán predomina la etnia pashtún (sunnitas) o patana, según los británicos que, por otra parte, es mayoritaria en el país. Están muy identificados con sus semejantes de Afganistán, siendo los que proveen más hombres a las fuerzas armadas pakistaníes.
En estos territorios la principal fuente de ingresos se da a través del cultivo y comercialización de la amapola (materia prima del opio y la heroína), principalmente en las provincias afganas de Nimruz, Helmand y Kandahar, en el Beluchistán y Peshawar, en Pakistán. Kandahar y Peshawar son los principales baluartes del pueblo pashtún.
En las últimas semanas han muerto en el noroeste de Pakistán más de 250 insurgentes islamistas y aproximadamente 60 efectivos militares.
Entre los principales líderes tribales de Waziristán del Sur se encuentra Baitula Mehsud, responsable del doble ataque suicida del martes 28 de agosto que provocó 31 muertos y más de 60 heridos en Rawalpindi. Esta zona, situada en los suburbios de Islamabad, es el bastión del Ejército pakistaní y asiento de la residencia de Pervez Musharraf.
Los terroristas suicidas que llevaron a cabo los ataques eran los dos últimos miembros de un equipo de siete enviados a Islamabad por Mehsud.
Los otros cinco terroristas fueron arrestados antes de que atentaran, en agosto pasado, con motivo de los actos celebratorios del 60° aniversario de la independencia de Pakistán.
Mehsud también es sindicado como el instigador del secuestro de 150 soldados pakistaníes el 1 de septiembre en Waziristán del Sur.
El régimen de Musharraf también pactó con el clan de Mehsud.
En un informe difundido por la Organización de las Naciones Unidas el 8 de septiembre, se dio a conocer que más del 80% de los terroristas suicidas en Afganistán son reclutados y entrenados en territorio pakistaní.
"El fenómeno de los ataques suicidas en Afganistán está ligado a una variedad de estructuras e instituciones del otro lado de la frontera, en Pakistán", indica el informe de la ONU, y añade que más del 80% de los atacantes suicidas se adiestran en las bases de la región pakistaní de Waziristán.
"Sin esfuerzos dedicados a destruir los refugios y bastiones que la sostienen más allá de la frontera, la violencia en Afganistán difícilmente desaparezca", añade.

El factor nuclear

Afortunadamente para la seguridad occidental, Pakistán es el único país islámico con potencialidad nuclear. O lamentablemente.
El programa nuclear pakistaní comenzó poco después de su derrota militar frente a la India, en 1971. El conflicto se definió con la secesión de Bangladesh, que hasta ese momento era parte integral del territorio pakistaní.
Aunque se cree que poseía capacidad para la fabricación de armas nucleares a mediados de la década del 80, la “presentación en sociedad” del Pakistán atómico se dio a conocer con la explosión de seis bombas nucleares, el jueves 28 y el sábado 30 de mayo de 1998, en el subsuelo de las colinas de Chagai y el anuncio de que poseía un misil con capacidad para alcanzar Nueva Delhi. El programa nuclear pakistaní contó con la asistencia secreta de China y científicos locales formados en universidades alemanas.
El problema radica, más allá de su real capacidad nuclear, en la confiabilidad de Pakistán en cuanto al control de su infraestructura atómica. ¿Qué sucedería si llegase al gobierno de Islamabad -algo perfectamente posible- una facción islamista radical? ¿Quién controlaría de forma eficaz que las armas atómicas o componentes radioactivos no llegasen a manos de terroristas yihadistas antioccidentales? De hecho, el llamado “padre” del programa nuclear de Pakistán, Abdul Qader Khan, fue despedido de su puesto de asesor presidencial e interrogado por los servicios secretos pakistaníes (ISI), en septiembre de 2003, acerca de su colaboración con el régimen iraní, que se encamina a enriquecer uranio para -según su presidente, Mahmud Ahmadinejad- “usos pacíficos de la energía nuclear”. Otros científicos y altos directivos de Khan Research Laboratories (KRL), empresa dedicada al enriquecimiento de uranio creada por Abdul Khan en la zona de Kahuta, cercana a Islamabad, también fueron interrogados por el mismo motivo.
Irán había revelado a los miembros de la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica), además de los nombres de varios científicos pakistaníes, los de tres empresarios germanos y un dirigente islámico de Sri Lanka como los proveedores de secretos nucleares para su programa atómico.
En diciembre de 2001, The Washington Post, citando fuentes de la inteligencia pakistaní, anunció que el gobierno de Pervez Musharraf mantenía detenidos desde hacia más de dos meses a dos científicos nucleares retirados, que se habrían reunido en agosto de ese año con Osama bin Laden.
Sultan Bashiruddin Mahmood y Chaudry Abdul Majeed, dos científicos nucleares retirados, se encontraron en agosto con bin Laden, su lugarteniente egipcio Ayman Zawahiri y otros dos cabecillas de la organización Al Qaeda, en Kabul. Así mismo los cuerpos de seguridad detuvieron e indagaron a dos generales del ejército, dos oficiales de la fuerza aérea y tres especialistas nucleares, de los cuales cuatro fueron liberados.
La mayoría de los involucrados estaban vinculados con Ummah Tameer-e-Nau (Reconstrucción Islámica), una ONG creada por Sultan Mahmood luego de retirarse en 1999, con el fin de llevar a cabo labores de reconstrucción y mejoras estructurales en Afganistán.
Con este motivo, Mahmood y sus colegas visitaron ese país en muchas ocasiones, donde conocieron al saudita Osama bin Laden.
Durante las interpelaciones, los científicos admitieron que Bin Laden se había manifestado agudamente interesado en las armas nucleares, químicas y biológicas y aseveró tener acceso a material radiactivo, adquirido a través del Movimiento Islámico de Uzbekistán.
En declaraciones a Inter Press Service News Agency (IPS), A. H. Nayyar, investigador del Instituto de Política para el Desarrollo Sustentable pakistaní, sostuvo que no había dudas sobre “la seguridad de las armas nucleares de Pakistán. El temor de la comunidad internacional es que el sector religioso de Pakistán procure acceder al armamento atómico". "La protección del material nuclear se vincula con su cantidad. Cuanto mayor sea, hay más posibilidades de que una pequeña parte sea robada, tal como ocurrió en Rusia", afirmó Nayyar. Recordemos que desde 1991, las fuerzas de seguridad rusas capturaron en más de 15 oportunidades a delincuentes con material nuclear robado, de las pésimamente vigiladas plantas atómicas de la ex Unión Soviética. "Tenemos un número limitado, aproximadamente 30 armas nucleares y entre 400 y 500 kilogramos de uranio enriquecido. Robarlo es prácticamente imposible. Pero el problema de Pakistán son los científicos retirados, que abrazan ideologías extremistas", agregó.
Si los científicos radicalizados que menciona Nayyar accedieran al pedido de algún líder religioso yihadí, ¿qué tan difícil les resultaría extraer de las centrales nucleares pakistaníes, no digo ya un arma nuclear completa, pero si el suficiente material como para fabricar un artefacto de dispersión radiológica (ADR), conocidos como “bombas sucias”, lo suficientemente potente como para matar a centenares de personas? Este hipotético escenario ya lo hemos visto en Rusia, donde terroristas chechenos plantaron una “bomba sucia” compuesta de 5 Kg. de explosivos y una fuente de cesio-137 (de uso médico) en el Parque Izmailovsky, en Moscú, en 1995. Aunque no explotó, sirvió para prevenir sobre la posibilidad y capacidad de construcción de este tipo de ingenios por parte de estructuras terroristas.
La posibilidad que en Pakistán ocurra un hecho análogo es, aunque remota, no imposible.

Las madrazas como fuente del adoctrinamiento yihadí

El 10 de julio de este año, fuerzas especiales del Ejército pakistaní ingresaron tras duros combates en Lal Masjid, la llamada Mezquita Roja de Islamabad, que produjo aproximadamente 800 muertos. Allí, el clérigo radical Abdul Rashid Ghazi (que murió durante los enfrentamientos) y un importante número de incondicionales, mantuvieron secuestrados por una semana a decenas de personas, entre ellos mujeres y niños, en represalia por el arresto del líder principal de la mezquita, Abdul Aziz, quien desde hacia cuatro meses venía amenazando, en sus sermones de los días viernes, al presidente Musharraf con atentados suicidas si no imponía íntegramente la shari´a (la ley islámica) en Pakistán.
El episodio abrió el debate sobre los contenidos que emanan desde las madrazas o escuelas de formación coránica en Pakistán. En un informe difundido en 2002 por la International Crisis Group - ONG fundada por George Soros- se estima que el número de estos centros supera ampliamente los 10.000, aunque un gran número de ellos no están registrados oficialmente. Estas instituciones no solo tienen una función religiosa, sino que también cumplen un importante rol social, como por ejemplo el de servir de comedor a miles de niños y adolescentes pobres y ser centros de alfabetización (la tasa de analfabetismo en Pakistán es cercana al 50 %, aunque en las zonas tribales de mayoría pashtún es superior a esa cifra) lo que supone moldear las mentes y corazones de los que a ellas asisten.
No todos estos centros brindan idénticos tipos de formación, ya que muchas madrazas se circunscriben a que los discípulos aprendan a retener los versículos del Corán. Es extremadamente complejo diferenciar lo que es una madraza de lo que es un simple centro de adoctrinamiento.
Sin embargo, en lo que no existe vacilación es en el tipo de rol que juegan estas “escuelas” en la expansión de la yihad global. Como ya lo he mencionado anteriormente, se sabe que al menos tres de los terroristas que atacaron Londres, el 7 de julio de 2005, habían viajado a Pakistán en los meses previos, estudiando y recibiendo adoctrinamiento en una madraza. De hecho, se especula que el cerebro de las acciones del 7-J podría estar en una de estas escuelas.

¿Por qué se ejerce poca presión internacional sobre Pakistán?

En julio de 2005, luego de los sucesos del 7-J de Londres, el analista Daniel Pipes apuntaba que “el gobierno de Parvez Musharraf ha dicho lo adecuado, emite los sonidos apropiados, pero no ha actuado. Y por lo tanto existe un problema (…) un problema profundo, porque de hecho las fuerzas del islam radical son populares en Pakistán. Así que llamar al gobierno un aliado es concederle el beneficio de la duda, pero no es un aliado en la guerra. Está atrapado entre su electorado de islamistas y nosotros”. Pipes hacía alusión al doble discurso irradiado por Musharraf para mantenerse en el poder, en un peligroso juego de equilibrio.
Luego de los sucesos del 11 de setiembre de 2001, Musharraf se vio entre la espada y la pared: por un lado, Washington anunció que comenzaban operaciones militares contra el régimen talibán de Afganistán y sus “huéspedes” de Al Qaeda. En ese momento Musharraf fue exhortado por los Estados Unidos a alinearse sin dubitaciones con la Coalición que se estaba gestando, advirtiéndole que Pakistán tenía abierta responsabilidad en el sustento del régimen fundamentalista de Kabul, al que había dado reconocimiento internacional, conjuntamente con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Por el otro, el disgusto de la población pakistaní, principalmente de las regiones fronterizas con Afganistán, al alineamiento con los Estados Unidos. La consultora Gallup, en octubre de 2001, arrojaba que el 87 % de la población pakistaní simpatizaba con el régimen talibán y la reanudación de las acciones bélicas contra la India, en su disputa territorial por Cachemira. De hecho, Musharraf había llamado a los separatistas islámicos que combatían en territorio indio -parafraseando al ya fallecido presidente estadounidense Ronald Reagan, cuando hacía referencia a los “contras” nicaragüense- “luchadores de la libertad”, a los que Islamabad sólo brindaba “apoyo moral y diplomático”.
Los Estados Unidos, que necesitaban imperiosamente la colaboración pakistaní en esta operación de envergadura, empezaron a presionar tibiamente para que Islamabad se involucrara de lleno en el combate contra los talibanes locales, a cambio de generosas prebendas: el Gobierno de Estados Unidos levantó las sanciones impuestas al régimen, luego del golpe de Estado de junio de 1998, entre ellas la prohibición de ventas de abastecimientos militares y los sistemas informáticos Hi-Tech. También le concedió suculentas líneas crediticias, a la vez que anuló su veto a la asistencia financiera internacional, especialmente a las partidas gestionadas ante el FMI. Estados Unidos comprometió 750 millones de dólares, durante un período de cinco años, para el desarrollo de las zonas tribales (léase adiestrar, abastecer y desplegar fuerzas pakistaníes en estas áreas).
El Ejército pakistaní llevó a cabo, entre fines de 2001 y 2004, operaciones militares con algún nivel de éxito en las zonas tribales protalibanas, matando o apresando a jefes importantes y a decenas de milicianos. Sin embargo, las tropas pakistaníes se han estado retirando de estas zonas en los últimos 19 meses, luego que el Gobierno pactara con los líderes tribales a que estos expulsaran a los insurrectos foráneos y previnieran la infiltración de talibanes desde Afganistán. Paradójicamente, la retirada del Ejército dejó la región bajo dominio de los propios talibanes pakistaníes, quienes ofrecieron a los combatientes de Al Qaeda refugio para rehacer su capacidad operativa. Estos también ampliaron su influjo sobre el propio Pakistán, con el consiguiente peligro para la seguridad pakistaní.
El problema de ejercer una presión más seria sobre el régimen de Islamabad, es el de desencadenar un descontento generalizado que desatara una guerra civil. Alexis Debat, analista del Nixon Center, se hizo eco de esta inquietud. "Existe una gran tensión entre los pashtunes y los punjáis", de estirpe indo-aria, afirmó. "Si se ataca a los pashtunes, los punjáis están felices y si ambos grupos empiezan a matarse entre ellos las consecuencias pueden ser muy serias", declaró a IPS News.
"Lo que veo como una amenaza, incluso en el corto plazo, es que Pakistán simplemente se desintegre", agregó.
Por su parte, Seth Jones, especialista en Asia del sur, del RAND Institute, advirtió que este curso de acciones, "provocará disturbios en Pakistán y el mundo árabe y llevará con toda certeza a un mayor nivel de insurgencia contra las fuerzas de Estados Unidos".
A esto debe agregarse la llamada “talibanización” de Pakistán -que de hecho ya está ocurriendo-, entendida como la propagación de la "cultura del Kaláshnikov", las drogas, el contrabando y el fundamentalismo religioso, que está licuando extendidos trechos de la frontera entre las semiautónomas Áreas Tribales Federalmente Administradas y Afganistán.

El futuro de Pakistán

La tranquilidad occidental pasa, entre otros factores, por el futuro de Pakistán. La supervivencia de Musharraf como presidente (mientras desarrollo esta nota se están celebrando las elecciones indirectas en las que se impondría sin mayores problemas) pone en el tapete la vieja dicotomía entre un régimen no democrático, pero “aliado” con Occidente, o una democracia enclenque y siempre a punto de caer.
Las fuerzas armadas pakistaníes, con el Ejército a la cabeza, están siempre en primer lugar a la hora de analizar un posible foco de insurgencia, cuando no un complot, para asesinar a Musharraf. Recordemos que en diciembre de 2003 el presidente soportó dos atentados en un corto espacio de tiempo, uno de cuales contó con la complicidad de oficiales fundamentalistas de rangos inferiores. Otro intento de asesinato se llevó a cabo en los primeros días de julio de 2007, cuando el avión que lo transportaba fue tiroteado con un arma automática unos minutos después de su despegue de la base militar de Rawalpindi, en medio de la crisis surgida durante la ocupación de la Mezquita Roja de Islamabad por un clérigo radical.
No por nada, en los días subsiguientes al comienzo de los ataques de la Coalición contra Afganistán, Musharraf depuró en la cúpula del Ejército y el ISI (la inteligencia pakistaní) a los mandos próximos a los islamistas, comprometidos con una política protalibán (con el general Mahmood Ahmed, jefe del ISI, a la cabeza).
Teniendo en cuenta este grado de descontento, el general Musharraf se reunió hace unos meses con la plana mayor de su Ejército, quien pronunció un comunicado de sostén al que es a la vez presidente y Jefe de las Fuerzas Armadas.
El régimen de Islamabad ha sido blanco de numerosas amenazas por parte de líderes de Al Qaeda, incluyendo al mismísimo Osama bin Laden. El viernes 21 de setiembre de este año, bin Laden hizo un llamado al pueblo pakistaní para que organice un levantamiento en contra de Pervez Musharraf.
En una nueva cinta de audio, bin Laden prometió tomar represalias por el asedio y toma de la Mezquita Roja de Islamabad el pasado julio.
Señaló que la operación de las fuerzas especiales del Ejército, en la que murieron más de 100 personas, convirtió al general Musharraf en “un infiel”.
En la cinta, bin Laden dice que es ahora la obligación de todos los musulmanes rebelarse en contra del gobernante paquistaní, a quien conceptuó de "líder apóstata".
Según los términos de bin Laden, el asalto a la Mezquita Roja "demostró la insistencia de Musharraf en seguir siendo leal, sumiso y colaborador de Estados Unidos en contra de los musulmanes... y hace que la rebelión armada contra él y su derrocamiento sean obligatorios".
A pesar de las repetidas intimidaciones que sufre por parte de los islamistas radicales, Musharraf se negó a una ofensiva militar de los Estados Unidos contra Osama bin Laden si se corrobora que éste se oculta en Pakistán.
El canciller pakistaní, Khurshid Kasuri, señaló a la BBC, en julio de este año, que la opinión pública pakistaní no sobrellevaría el operativo, que además conseguiría ocasionar docenas de muertes civiles.
El vocero de la Casa Blanca, Tony Snow, explicó que Washington reconoce la autoridad de Pakistán, pero el gobierno del presidente George Bush invariablemente ha mantenido abierta la iniciativa de atacar blancos cuando pueda hacerlo.
El canciller Kasuri certificó que bin Laden no está en Pakistán.
Un episodio realmente llamativo, en cuanto a las sospechas que despierta Pakistán como aliado de los Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, se dio con el enfrentamiento público entre el almirante Willian Fallon jefe del Comando Central norteamericano con mando sobre Oriente Medio, y el general David Petraeus, comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak, en setiembre de este año. Fallon considera un derroche de recursos materiales y vidas humanas la presencia estadounidense en Irak. "Está muy preocupado por Pakistán y tratando de mantener un dificultoso statu quo con Irán", señaló un oficial de su entorno que está al tanto sus críticas hacia la Administración Bush. Para el almirante, los propósitos para ampliar el número de efectivos norteamericanos en Irak restringían las opciones de réplica de los Estados Unidos en caso de que brotara una crisis en la zona. De la misma forma, considera a Pakistán una nación sumamente endeble, con el mayor número de fanáticos islámicos en el mundo y poseedor de armas atómicas.
A pesar del triunfo de Pervez Musharraf en los últimos comicios indirectos, la nueva ofensiva de sus fuerzas armadas en la zona de Waziristán y el renovado apoyo de los Estados Unidos, Pakistán no es una nación confiable. De hecho, el desmantelado intento de atacar el aeropuerto internacional de Frankfurt y la base militar estadounidense de Ramstein, con bombas mucho más potentes que las empleadas en los atentados de Madrid y Londres, el 5 de setiembre último, tiene autoría intelectual pakistaní. La Fiscalía General alemana confirmó que, además de los tres arrestados, se investigó a otros cinco sospechosos de identidad conocida y otros dos de los que sólo conoce los apodos, quienes serían presumiblemente los que dieron las instrucciones desde Pakistán.
La República Islámica de Pakistán deberá hacer mucho más en el corto plazo para que Occidente no crea que es una bomba a punto de estallar.

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